La mano pegada a la palanca de cambios. El pie fundido al acelerador. Las luces entran y bañan su piel. Ahora azul, ahora rojo. El neón inunda la cabina y las pastillas flotan sobre los fotones. Un sombrero de Desperado, cabellera de Jesús y hasta la barba también. Sus ojos son pozos, sus labios están secos. Pop. Otra pastilla desliza torpe y rasgante por la garganta.
|||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
La farmacia es blanca, lúcidamente cegadora. Apesta a hospital. Detesto los hospitales. La vendedora es realmente vieja. Nunca tengo suerte con los putos viejos. Mantén la calma, vaquero. Me paro frente a ella y meto la mano en la chamarra. ¿Dónde carajo lo dejé? Le pongo la receta frente a ella. No necesita ser un genio para saber que ya la he usado otras diez o quince veces. Arrugada, sucia; entregada en manos calavéricas y trémolas. “No creo que pueda darte esto, hijo” dice mientras su voz tiembla. Siento las pastillas dejar mi cuerpo y más importantemente mi cerebro. El dolor llega en oleadas. Es la marea que alza. Es el mar retrocediendo antes del tsunami. Él está ahí. De pie en la arena. No sé qué hacer. No tengo más. No tengo más. Los putos claxons, no puedo pensar. No puedo pensar. Lo pierdo, lo poco que tengo lo pierdo. El dolor es absoluto. Si me detuviera por un momento estaría muerto. Mis brazos explotan en este dolor, en esta miasma, en ésto. Reviento contra el aparador. Grito mientras tiro todo lo que veo. Soy un animal suelto.
Alguien deténgame, pónganme a dormir, preferentemente bajo tierra.
-¡Detente!
Sus gritos tienen más miedo que ira. Vaya que conozco el sentimiento. Pero ya estoy demasiado lejos de aquí para responder
-¡Detente! ¡Detente! ¡Llamaré a la policía!
Su mano va al teléfono. Después de todo. Después de toda la mierda que he tenido que vivir.
-¿Me vas a hacer esta mierda, anciana? ¡¿EH?! ¡Vamos! ¡Inténtalo!
Pero su mano ya está en el teléfono. Ahora sí te lo has buscado.
-¡Deja de forcejear! ¡Qué lo dejes!
-¡Suéltame! ¡Vete por favor!
Sus putos gritos, Dios, no puedo con tus putos gritos. Golpeo su cara. Mi puño se siente en fuego. Mis manos son fuego. Otro golpe. Otro. Otro. Otro. Mis manos están agarrotadas. Rápido, qué estoy pensando. ¿Dónde están mis putas pastillas? Me salto el mostrador y Vamos… Dónde están… Aquí. Era tan fácil. Saliendo de la farmacia, todo está igual. Excepto la vieja. La vieja ya no es vieja más. Su rostro es ahora un globo rojo y negro que escurre por el suelo. ¿Qué carajo he hecho? Mis piernas me abandonan. Estoy en el suelo, a lado de otra cosa que he arrebatado. Empiezo a llorar, pero no me lo puedo permitir. Una vez que abres esa puerta ya no hay manera de cerrarla.
Vomito en mi camino al estacionamiento. Las llaves ¿dónde están mis putas llaves? No… no no no no… No me digas que las tiré. No quiero regresar. No puedo regresar. Aquí… aquí están. Otras cuatro o cinco pastillas. ¿Cuántas llevo ya? ¿Cuándo empieza a pegar, carajo? Las olas siguen retrocediendo; cierro mis ojos y lo puedo ver.
Tu cara, mira, tus sandalias azules, ¿te acuerdas cuando las compramos? Hiciste un teatro en la tienda porque querías las del tiburón, aunque te venían justas y tu mami sabía que pronto te quedarían chicas. Y esa cubeta para hacer castillos, vaya, cómo te obsesionaste con la arena. Pero las pastillas ya están aquí … y el agua vuelve a descender sobre ti.
Cien kilómetros por hora. No lo siento. Todo se ha detenido para mí. Ahora tengo unas 30 pastillas, tomo otro puño. Vamos, algo para llevarme esta noche. El camino se borra un poco más, pero si sigo sobre la línea blanca, todo estará bien.
El rojo y azul aparecen a todo color. Míralos, me han puesto una barricada. Tal vez sería mejor qu- ¿Hijo?… ¿todo este tiempo estuviste ahí sentado? Mírame, vamos mírame por favor. Yo… yo nunca pensé…Vamos, tu mamá también estaba ahí…vamos hijo… por favor perdóname… Pérdoname… por favor… La marea…no lo pude haber sabido…
– Hazlo, papá.
Un manantial surge de mi rostro. Es lo único que veo en el espejo: las olas, el mar, la arena, el sol. ¿Cómo terminamos tan lejos de ahí, hijito? Pero te siento aquí. Siento tu mano en mi rodilla. Presiono el acelerador a fondo.