Era ginebra barato. Como para voltear el estómago en la barra. Irían bien juntos, pienso: la madera casi roja, la linea dorada que recorre de extremo a extremo y mis entreñas rosadas. Mis ideas son tan crudas y simples que hasta se me escapa una risa.
-¿Qué es tan gracioso?- Su boca es grande, creo que me podría comer entero. Su rostro me recuerda a un plato limpio, excepto por unas anchoas.
– ¿Qué no es la vida graciosa? – le digo
– Para algunos más que para otros. – Aguafiestas, me digo. Pero de cualquier manera viene siendo la excusa perfecta para irme lejos a mi mente. De cualquier manera, no he venido para estar acompañado. Aun, siento su mirada en mi espalda como dagas que contemplan un futuro incierto. Saco la carta del bolsillo trasero de mi pantalón. ¿Quién carajo escribe cartas aún? No puedo negar que la teatralidad agrega al dolor. Mi mente juega con la posibilidad de que, simplemente, podría ser solo un dolor volado fuera de proporción. Ni siquiera sabes cómo te sientes, buen lugar para empezar. No, no, buen lugar para empezar fue esta taberna. Si haz de vomitar, hazlo en el piso de otro; buen consejo de Belacio.
Estoy en medio de la cuarta releída desde que llegué, cuando cierta voz ahora familiar me vuelve a llamar; molesto recordatorio de la realidad.
-¿Y a qué te dedicas?- Si su voz no había logrado aterrizarme, el golpeteo de sus uñas pintadas de negro, lo hacen sin falla. No me había percatado realmente de ella. El negro tenía que ser su color: el cabello, los ojos, los zapatos de tacon.Escritor, le digo. Una torre de marfil pintada en ébano y ¡sentada! Uno se encuentra de todo en los bares.
-¿Tal vez has escrito algo que yo haya leído?-
– Con suerte no.-
-Bueno, ¿y qué tienes ahí?- dice mirando al trozo de papel que suda bajo mi mano.
-¿Esto?- le digo levantando la carta -Es la carta de una vieja amiga.-
Me lanzó una mirada de extrañada. Una cosa realmente fascinante, por cierto. Y eso que yo no soy de los que alaban ese tipo de esas cosas.
-¿Quién escribe cartas hoy en día?- Reí, realmente reí.
-¡Exactamente! ¿Quién hace eso?- Era un cambio de humor bienvenido
-¿Y? ¿Qué dice la carta? –
– Nada del otro mundo. Se casa, está embarazada-
-¿Y por eso has venido al bar?- la perspicacia ajena tiende a irritarme rápido, pero vaya si el ginebra no es malo y efectivo.
-¿Qué se necesita motivo para visitar el bar?- pido otra Ginebra con la mano, vaya que se van volando.
El bartender se mueve como una masa que apenas vence la fricción necesaria para moverse, pero como la hora, siempre llega.
Mi padre decía, en paz descanse, muchos te van a querer pero nadie te va a rogar mas que tu viejo. Y si no era cierto antes, definitivamente lo fue después de su funeral. La esbelta torre de ébano se acaba de ir; mi papá ya tiene tiempo y bueno, tú… Putas cartas.
¿Quién sigue escribiendo cartas, de cualquier manera?